– Cuento-
Os voy a contar la mágica historia que me trajo hasta aquí.
De pequeño siempre escuchaba que la luna era una mentirosa y que hasta una cara oculta tenía y que, menguante, creciente o llena, jamás su secreto revelaría.
Así viví también de joven, suspirando por el misterio que se ocultaba tras mi luna enamorada.
– ¡Nunca lo sabrás! Ni aunque a piloto o astronauta llegues, jamás su secreto descubrirás -era lo que, una y otra vez, todo el mundo me decía.
Ya sabéis que la juventud es el gran momento para descubrir el amor y, aunque a unos llega antes y a otros después, su rayito en algún momento te ilumina. El mío finalmente un día apareció y un gran sabio de entonces esto fue lo que me dijo:
– Ha sido tarde pero acertado.
Este mensaje de confianza y valentía me llenó y al pronto recordé a mi luna enamorada. Para el resto del mundo ella seguía, erre que erre, escondiendo su secreto y sin parar, una y otra vez mentiras repetía. Pero lo que el sabio a mí me reveló, mucho sentido tenía y seguro estaba en que, más tarde o más temprano, su verdad me mostraría.
Sucedió entonces que un buen día, sin saber realmente qué camino tomar y con esas sabias palabras resonando en mi interior, un nuevo rumbo emprendí y, nada más empezar, un viejo y arrugado papel esto me dejó leer:
“Coaching de Amor”
La frase al momento me enganchó, yo no sabría decir por qué algo de ella vibraba en mi corazón. Y de manera sorprendente mi brújula un nuevo horizonte señaló y sin demora hacia donde la aguja apuntaba, allí me encaminé.
Un gran portón a la entrada con una gran aldaba era lo que me aguardaba.
– Deja aquí tu sombrero y tu dinero -fue lo que me dijo el mayordomo cuando abrió-, eso tan solo te pesará y no podrás danzar.
Así lo hice y a cambio un par de viejas zapatillas para bailar fue tan solo lo que me entregó. Yo entonces pensé “si con unas viejas zapatillas a la luna pienso ir, pronto me voy a arrepentir”. Pero ya estaba allí, ¿qué otra cosa podía hacer? Hacia el salón me dirigí y con las zapatillas dispuesto a danzar. Aunque no era fastuoso, junto al salón había un pequeño y delicado jardín, con una palmera y algún que otro jazmín.
Cuando en el salón entré, unos amigos encontré, la música sonó y el baile comenzó. Podías bailar por triadas, o por parejas y hasta en corro como las viejas. Dos músicos las danzas siempre amenizaban y otros dos o tres las palmas tocaban. Y aunque todas las músicas y canciones diferentes eran, al final terminaban hablando de amor. Ya fuera con uno o varios instrumentos, en cinco o séis idiomas o con diferentes letras y melodías, siempre te las aprendías.
Y entonces cuando la música cesó, el baile terminó y hasta el candelabro se apagó. Con un profundo silencio, una gran oscuridad en el salón se esparció. Tan solo una lucecita verde flotando en el aire se quedó. Una lucecita que danzaba y volaba, a cada uno se acercaba y algo en sus oídos susurraba. Solo os puedo contar lo que mis oídos escucharon y también mi corazón:
“Háblale de Amor”
Y desde entonces eso hago cada día: con mi luna bailo emparejado, le hablo de amor y, con preguntas poderosas y totalmente enamorado, más tarde o más temprano, su secreto me desvela. Y cuando esto hace, ya no se esconde ni mentiras dice. Y aunque aún alguien va diciendo por ahí que sigue teniendo una cara oculta, yo os digo que en verdad esa cara es un inmenso mar. Un mar rebosante de vida y alegría, un eterno manantial de armonía y bienestar.
Pero lo más sorprendente es que luna no solo hay una. Yo ya tengo muchas, ¡muchas lunas enamoradas! Unas en cuarto menguante, otras en cuarto creciente y otras tan redondas como una sandía. Pero a mi eso me da igual, porque al final, siempre bailando, llegamos a ese inmenso mar en el que, tarde o temprano, nos vamos a bañar.
Y esta ha sido señores la mágica historia del Coaching de Amor que me trajo hasta aquí.
Ángel