He bajado el volumen de mis pensamientos y apaciguado mi mente. Mi voluntad se entrega, igual que un niño en brazos de su madre.
Ha sido entonces cuando he sentido un poder cotidiano, accesible y disponible: EL PODER DE LA ESCUCHA. Tan accesible que en este mismo instante me permite escribir estas líneas y seguir avanzando en la escritura. Tan sólo hago de vez en cuando pequeños recesos para escuchar.
Me doy cuenta que cuando escucho, siento cómo habla el Silencio. En ese instante entro como en una “NADA LLENA” y, aunque esto parezca una contradicción, la pluma se recarga y continúa con la escritura. Sorprendentemente, todo tiene sentido y me genera bienestar. Disfruto encontrándole sentido a las cosas.
Al principio parece que el Silencio habla desde mi interior. Luego me doy cuenta que su origen parece estar en otro lugar, no sé dónde, pero siento cómo me atraviesa para llenarme justamente con aquello que estoy esperando. ¿Será por las palabras en los antiguos versículos que invitan a: “…pedid y se os dará…”?
Si de verdad escucho, siento que me entrego y cuando me entrego, entonces recibo. Nuevamente una paradoja gracias a la cual me llega lo que necesito, entregado por un mensajero que aparentemente no habla, pero que yo sí escucho: EL SILENCIO.
Mi pluma continúa escribiendo tras recibir el mensaje. Ahora veo que escribo en presente: todo sucede ahora y este ahora es permanente, como un manantial al que yo me acerco a beber con pequeños sorbos, como pequeñas piezas de un puzzle cuya imagen final me sacia completamente con un profundo y gran sentido para mí.