Estoy delante de una puerta a la que siempre me dirijo en cada situación de la vida: la puerta de la decisión. Al llegar me encuentro un guardián que la custodia con una peculiar forma de actuar. Hay veces que me invita a pasar y otras en cambio me disuade de hacerlo, bien ensanchando la puerta hasta transformarla en un campo abierto o por el contrario encogiéndola hasta dejarla como una rendija casi infranqueable.
Tras repetidos encuentros con este centinela, he reparado en su ciega obediencia hacia mí, que soy claramente el que “decide”, tanto su forma de actuar, como el tamaño de la puerta y el simple hecho de traspasar o no su umbral. Esto es lo que he descubierto: mi curioso guardián es mi conciencia, que unas veces está más abierta, entregada y decidida y otras está más cerrada, parada y retraída. La puerta parece ser también mi conciencia que igualmente se expande o se encoge ante las distintas situaciones de la vida. Y el caminante que traspasa o no la puerta resulta que también soy yo mismo: cuando avanzo decidido y entregado hacia lo desconocido, me siento conectado con lo que soy (YO SOY) y cuando me paro y me conformo con lo conocido, me conecto con lo que aparento (mi EGO).
Me doy cuenta por tanto que, decidir avanzar o pararme en una situación es “cuestión de confianza”: avanzo si confío en lo des-conocido, aquello que ahora me está “velado” por así decirlo y traspaso su velo abriéndome a la intuición; me retengo cuando es la razón la que se aferra a confiar en lo conocido y limitado, cerrando la puerta y con ella la posibilidad de abrirme a lo desconocido e ilimitado.